Los artículos y comentarios publicados en ocasión de la muerte de Jaume Vallcorba se centraron fundamentalmente en la dimensión de Vallcorba como editor. E hicieron bien, porque ciertamente su aportación más relevante a la cultura la hizo en su labor como editor de Quaderns Crema, Sirmio y Acantilado. Pero al lado del Vallcorba editor está también el Vallcorba autor (como poeta y como erudito), el Vallcorba diseñador, el Vallcorba conversador, el Vallcorba melómano, el Vallcorba contracultural…, y el Vallcorba profesor. Son dimensiones que merece la pena destacar, porque en ellas reencontramos también la excelencia que caracterizaba al editor.
Rafael Argullol, Javier Aparicio, Josep M. Castellà, Emilio Suárez de la Torre e Ignasi Moreta (Foto: Universitat Pompeu Fabra) |
Conocí Jaume Vallcorba el 2 de abril del 2002. Yo era estudiante de último curso de la licenciatura en humanidades de esta casa, y me había matriculado a una asignatura que si no me equivoco era el primer año que se ofrecía, y que se llamaba «Periodos y movimientos literarios». Impartida por Jaume Vallcorba en un aula de este mismo edificio donde nos encontramos, una de esas aulas en forma de parlamento que son visibles a través de la gran fachada de vidrio del patio, y que creo que habíamos estrenado el año anterior, aquel año la asignatura se centró en las vanguardias europeas. Yo me había matriculado por el profesor más que por el tema (yo solía elegir las optativas por el profesor), porque admiraba a Jaume Vallcorba desde mucho antes de conocerlo.
No sabría decir si el punto de gravedad de aquel curso sobre las vanguardias se encontraba en la literatura o en el arte. Y esto es una prueba más de la amplitud de intereses intelectuales de Vallcorba y de su pleno encaje en unos estudios interdisciplinarios como los de humanidades. Las vanguardias no son tal vez el fenómeno estético que a mí personalmente más me interesa. Y, con todo, esa asignatura es una de las que disfruté más de entre las que cursé en esta casa. Porque Vallcorba, digámoslo claramente para que quede dicho —porque eso no se ha dicho con suficiente contundencia—, era un profesor brillante, del mismo modo que era un conversador brillante. Brillante porque ponía en juego, con habilidad, una serie de recursos que le daban muy buen resultado. Citaré algunos:
1. La mezcla deliberada de informaciones fundamentales con otras de segundo orden, anecdóticas, que ayudan a mantener la atención del auditorio. En esto, Vallcorba era muy hábil, porque conseguía cautivarnos con detalles de la petite histoire que nos acercaban a lo que nos quería transmitir. Una muestra de lo que estoy diciendo: la primera frase que tengo anotada en mis apuntes del curso, y que por lo tanto debía de ser de las primeras cosas que nos dijo aquel 2 de abril del 2002, es la siguiente: «Max Jacob y Picasso compartían cama. Picasso dormía de día, y Jacob, de noche.» Y no se trataba de una simple anécdota: Vallcorba establecía una diferenciación muy clara entre los que beben absenta y los que beben vino, es decir, entre los animales nocturnos y los diurnos. Y de ahí salía el comentario sobre las aves en la literatura de tradición europea: la alondra canta de día (desde la época de los trovadores es el pájaro que anuncia la separación de los amantes) y el ruiseñor canta de noche. Por ello, los «pájaros, cabrones» del poema «Albada» de Jaime Gil de Biedma no podían ser sino alondras. Ya ven, toda una lección de estética a partir de la cama compartida por Max Jacob y Picasso.
2. Ambición en los contenidos. La asignatura era sobre las vanguardias, pero esto lo llevaba a lecciones de alcance mucho más amplio. Por ejemplo, explicándonos que las vanguardias pretendían hacer tabula rasa del pasado, nos decía que esto estrictamente no fue así, porque en literatura de los micénicos a los románticos hay continuidad, sin rupturas, y de los románticos hasta hoy hay también continuidad sin rupturas; la literatura, nos decía, se sustenta en literatura. Con afirmaciones de este tipo, uno tenía la sensación, a lo largo de todo el curso, de estar asistiendo a una clase magistral de altísimo nivel.
No sabría decir si el punto de gravedad de aquel curso sobre las vanguardias se encontraba en la literatura o en el arte. Y esto es una prueba más de la amplitud de intereses intelectuales de Vallcorba y de su pleno encaje en unos estudios interdisciplinarios como los de humanidades. Las vanguardias no son tal vez el fenómeno estético que a mí personalmente más me interesa. Y, con todo, esa asignatura es una de las que disfruté más de entre las que cursé en esta casa. Porque Vallcorba, digámoslo claramente para que quede dicho —porque eso no se ha dicho con suficiente contundencia—, era un profesor brillante, del mismo modo que era un conversador brillante. Brillante porque ponía en juego, con habilidad, una serie de recursos que le daban muy buen resultado. Citaré algunos:
1. La mezcla deliberada de informaciones fundamentales con otras de segundo orden, anecdóticas, que ayudan a mantener la atención del auditorio. En esto, Vallcorba era muy hábil, porque conseguía cautivarnos con detalles de la petite histoire que nos acercaban a lo que nos quería transmitir. Una muestra de lo que estoy diciendo: la primera frase que tengo anotada en mis apuntes del curso, y que por lo tanto debía de ser de las primeras cosas que nos dijo aquel 2 de abril del 2002, es la siguiente: «Max Jacob y Picasso compartían cama. Picasso dormía de día, y Jacob, de noche.» Y no se trataba de una simple anécdota: Vallcorba establecía una diferenciación muy clara entre los que beben absenta y los que beben vino, es decir, entre los animales nocturnos y los diurnos. Y de ahí salía el comentario sobre las aves en la literatura de tradición europea: la alondra canta de día (desde la época de los trovadores es el pájaro que anuncia la separación de los amantes) y el ruiseñor canta de noche. Por ello, los «pájaros, cabrones» del poema «Albada» de Jaime Gil de Biedma no podían ser sino alondras. Ya ven, toda una lección de estética a partir de la cama compartida por Max Jacob y Picasso.
2. Ambición en los contenidos. La asignatura era sobre las vanguardias, pero esto lo llevaba a lecciones de alcance mucho más amplio. Por ejemplo, explicándonos que las vanguardias pretendían hacer tabula rasa del pasado, nos decía que esto estrictamente no fue así, porque en literatura de los micénicos a los románticos hay continuidad, sin rupturas, y de los románticos hasta hoy hay también continuidad sin rupturas; la literatura, nos decía, se sustenta en literatura. Con afirmaciones de este tipo, uno tenía la sensación, a lo largo de todo el curso, de estar asistiendo a una clase magistral de altísimo nivel.
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3. Gusto por manifestar criterios discordantes con el consenso crítico. Recuerdo por ejemplo, de aquel primer día de clase, el arranque sorprendente de una frase: «Hay un poeta catalán muy menor, muy menor, muy menor, Joan Salvat-Papasseit, que ...» Supongo que muchos no le perdonarían este juicio, pero el hecho es que Vallcorba no tenía ningún escrúpulo a la hora de discrepar de los cánones establecidos. Mi tío Jordi Moreta, alumno del primer Vallcorba en la Universidad de Barcelona, me había explicado que, en una ocasión, Vallcorba reflexionaba en clase sobre la inadecuación de la imagen romántica del poeta que escribe arrebatado al dictado de las musas, y mientras ponderaba el esfuerzo, el trabajo de los versos, la refundición, etc., un estudiante le interrumpió diciendo: «Pues Salvador Espriu escribió el "Assaig de càntic en el temple" de un tirón.» Respuesta del profesor Vallcorba: «Sí, ¡y así le salió!» Yo no sé si estoy del todo de acuerdo con el severo juicio que revela este comentario, pero me entusiasma esta osadía para juzgar con criterio propio sobre valores establecidos. También recuerdo que en el curso sobre las vanguardias Vallcorba estaba obsesionado por decirnos que Picasso, que él tanto admiraba, había fracasado con «Les demoiselles d'Avignon». La primera vez que nos habló de ello lo hizo en estos términos: «En 1907 Picasso hace un cuadro malo, mal hecho, inacabado, "Les demoiselles d'Avignon".» Unos días más tarde nos decía: «"Las señoritas de calle Avinyó" es un cuadro muy malo que abusa de la máscara africana. Es un cuadro inacabado, Picasso no sabía qué hacer con él. Es un cuadro despistado, de un pintor que no sabe qué hacer.» No era el único Picasso desmitificado por Vallcorba; un día nos dijo: «El Guernica no es un cuadro: es un póster; bastante gracioso, pero póster.»
4. Uso de una lengua exquisita. Vallcorba, hijo del Noucentisme y de la vanguardia (dos tradiciones que él no veía diferenciadas), hablaba con fluidez y naturalidad un catalán muy cuidadoso, léxicamente rico y gramaticalmente impecable. Recuerdo que me llamó la atención que espontáneamente antepusiera el pronombre reflexivo al verbo en construcciones imperativas del tipo: «Es posin drets», lo que yo había visto escrito —en Josep Pla, por ejemplo—, pero que no había oído nunca a nadie. Vallcorba lo decía sin ningún tipo de afectación.
5. Gusto por las digresiones. Vallcorba tenía una fórmula propia para interrumpir el hilo de su discurso con una digresión: la expresión «Ja que hi som» ('Ya que estamos en ello'). Con algunos compañeros nos reíamos un poco a propósito de ello, porque la usaba con auténtica generosidad. Pero ahora me doy cuenta de que era una hábil estrategia para conducir el discurso hacia donde le interesaba con el pretexto de una tenue conexión con el tema del que estaba tratando.
En una ocasión, pedimos a Vallcorba que dedicara una clase a hablarnos de su trabajo como editor. Accedió enseguida. Y recuerdo perfectamente la pasión con la que Vallcorba nos hablaba de su trabajo, remarcando la importancia de controlar hasta el último guión del texto y explicándonos que el editor puede estar por la mañana hablando con un premio Nobel y por la tarde cargando cajas de libros en su coche particular para ir a presentar un libro a un lugar remoto, sin que se le caigan los anillos.
4. Uso de una lengua exquisita. Vallcorba, hijo del Noucentisme y de la vanguardia (dos tradiciones que él no veía diferenciadas), hablaba con fluidez y naturalidad un catalán muy cuidadoso, léxicamente rico y gramaticalmente impecable. Recuerdo que me llamó la atención que espontáneamente antepusiera el pronombre reflexivo al verbo en construcciones imperativas del tipo: «Es posin drets», lo que yo había visto escrito —en Josep Pla, por ejemplo—, pero que no había oído nunca a nadie. Vallcorba lo decía sin ningún tipo de afectación.
5. Gusto por las digresiones. Vallcorba tenía una fórmula propia para interrumpir el hilo de su discurso con una digresión: la expresión «Ja que hi som» ('Ya que estamos en ello'). Con algunos compañeros nos reíamos un poco a propósito de ello, porque la usaba con auténtica generosidad. Pero ahora me doy cuenta de que era una hábil estrategia para conducir el discurso hacia donde le interesaba con el pretexto de una tenue conexión con el tema del que estaba tratando.
En una ocasión, pedimos a Vallcorba que dedicara una clase a hablarnos de su trabajo como editor. Accedió enseguida. Y recuerdo perfectamente la pasión con la que Vallcorba nos hablaba de su trabajo, remarcando la importancia de controlar hasta el último guión del texto y explicándonos que el editor puede estar por la mañana hablando con un premio Nobel y por la tarde cargando cajas de libros en su coche particular para ir a presentar un libro a un lugar remoto, sin que se le caigan los anillos.
Rafael Argullol, Javier Aparicio, Josep M. Castellà, Emilio Suárez de la Torre e Ignasi Moreta (Foto: Universitat Pompeu Fabra) |
Sobre el Vallcorba editor me gustaría apuntar solo un hecho: el rigor formal de Vallcorba en el cuidado de las ediciones no ha beneficiado únicamente a los libros publicados por sus sellos editoriales, sino que ha tenido una enorme influencia en muchos editores, y creo que especialmente en los pequeños. Lo subrayó hace unos meses el amigo y colega Oriol Ponsatí-Murlà, cuando decía que la tristeza y sensación de vacío que dejaba la muerte de Vallcorba se veía en cierta medida paliada por la sensación de que su modelo ha sido seguido por muchos editores de la generación siguiente. Si me permiten hablar en primera persona, ya que las cosas vividas son las que puedo explicar con más conocimiento de causa, quisiera subrayar el hecho de que, cuando Inês Castel-Branco y yo mismo, en el 2007, creamos Fragmenta Editorial, nuestro gran referente en cuestiones tipográficas y de diseño fue indudablemente Jaume Vallcorba. Recuerdo muy bien que, al principio, cuando topábamos con un problema tipográfico, lo que hacíamos era documentarnos en los libros de tipografía que teníamos al alcance y mirar «como lo hace Vallcorba», y solo si no encontrábamos solución a nuestro problema ni en los teóricos ni en el ejemplo práctico de Vallcorba, consultávamos directamente al sabio tipógrafo Josep Maria Pujol, también prematuramente desaparecido. Naturalmente, no siempre coincidíamos al cien por cien con la solución Vallcorba, pero lo que hacía Vallcorba era siempre un punto de referencia obligado. Era, y sigue siendo, el referente por antonomasia.
Por último, me gustaría señalar un rasgo que siempre valoré mucho Jaume Vallcorba. Un editor exquisito y refinado como él era, amigo de personalidades muy destacadas del mundo de las letras y las artes, nos trataba a los jóvenes con una gran consideración. Después de las clases del año 2002 que he mencionado, durante unos años traté poco Vallcorba: como becario colaboré con él en alguna vigilancia de examen, él fue miembro del tribunal que juzgó mi tesina (fue, fuera de tres o cuatro clases, su último acto académico antes de dejar la universidad), estuve un par de veces en su casa, y poco más. Pero desde el 2007, ya como editor de Fragmenta, tuve ocasión de tratar a Vallcorba con más asiduidad. Vino un día a cenar a casa, me reuní con él en su despacho varias veces, hablábamos por teléfono de vez en cuando..., y siempre me sentí tratado por él con una consideración extraordinaria. Y sé que no lo hacía solo conmigo. Le gustaba mucho hablar y escucharse, es cierto, pero puedo dar fe de que también sabía escuchar. En asuntos religiosos, por ejemplo, sus posiciones eran probablemente más tradicionales que las mías, pero le gustaba mucho conocer mi punto de vista, y lo escuchaba con auténtico respeto. Recuerdo, por ejemplo, que al día siguiente de la elección del nuevo papa hablamos por teléfono no sé a propósito de qué, y me terminó pidiendo un análisis de urgencia sobre los signos del nuevo pontificado, análisis que escuchó con gran atención. Sospecho, sin embargo, que Vallcorba era más de Ratzinger que de Bergoglio...
En un mundo intelectual donde tantos esnobs te perdonan la vida, la consideración con que Vallcorba nos trataba a los que éramos mucho más jóvenes que él constituye para mí una auténtica lección de humanidad. Una lección parecida a la que nos dio el día que, en clase, nos decía que ser editor también significa estar dispuesto a cargar cajas para ir a vender libros en el pueblo más remoto. Les confieso que a veces, cuando cargo cajas para una presentación, me imagino a Jaume Vallcorba hablando por la mañana con Imre Kertész y yendo por la tarde a llenar su coche con volúmenes de Quaderns Crema o Acantilado, y me invade entonces una serenidad que pienso que tiene que ver con el sentimiento de una especie de reconciliación práctica entre trabajo intelectual y trabajo manual. Tal vez es la humildad de los auténticamente grandes. Una lección, una más, de Jaume Vallcorba.
Por último, me gustaría señalar un rasgo que siempre valoré mucho Jaume Vallcorba. Un editor exquisito y refinado como él era, amigo de personalidades muy destacadas del mundo de las letras y las artes, nos trataba a los jóvenes con una gran consideración. Después de las clases del año 2002 que he mencionado, durante unos años traté poco Vallcorba: como becario colaboré con él en alguna vigilancia de examen, él fue miembro del tribunal que juzgó mi tesina (fue, fuera de tres o cuatro clases, su último acto académico antes de dejar la universidad), estuve un par de veces en su casa, y poco más. Pero desde el 2007, ya como editor de Fragmenta, tuve ocasión de tratar a Vallcorba con más asiduidad. Vino un día a cenar a casa, me reuní con él en su despacho varias veces, hablábamos por teléfono de vez en cuando..., y siempre me sentí tratado por él con una consideración extraordinaria. Y sé que no lo hacía solo conmigo. Le gustaba mucho hablar y escucharse, es cierto, pero puedo dar fe de que también sabía escuchar. En asuntos religiosos, por ejemplo, sus posiciones eran probablemente más tradicionales que las mías, pero le gustaba mucho conocer mi punto de vista, y lo escuchaba con auténtico respeto. Recuerdo, por ejemplo, que al día siguiente de la elección del nuevo papa hablamos por teléfono no sé a propósito de qué, y me terminó pidiendo un análisis de urgencia sobre los signos del nuevo pontificado, análisis que escuchó con gran atención. Sospecho, sin embargo, que Vallcorba era más de Ratzinger que de Bergoglio...
En un mundo intelectual donde tantos esnobs te perdonan la vida, la consideración con que Vallcorba nos trataba a los que éramos mucho más jóvenes que él constituye para mí una auténtica lección de humanidad. Una lección parecida a la que nos dio el día que, en clase, nos decía que ser editor también significa estar dispuesto a cargar cajas para ir a vender libros en el pueblo más remoto. Les confieso que a veces, cuando cargo cajas para una presentación, me imagino a Jaume Vallcorba hablando por la mañana con Imre Kertész y yendo por la tarde a llenar su coche con volúmenes de Quaderns Crema o Acantilado, y me invade entonces una serenidad que pienso que tiene que ver con el sentimiento de una especie de reconciliación práctica entre trabajo intelectual y trabajo manual. Tal vez es la humildad de los auténticamente grandes. Una lección, una más, de Jaume Vallcorba.
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Intervención pronunciada el martes 10 de febrer, en la sala de grados Albert Calsamiglia del campus de la Ciutadella de la Universitat Pompeu Fabra, en el curso del acto académico en memoria del profesor y editor Jaume Vallcorba. Abrió el acto Josep Maria Castellà, decano de la Facultat d’Humanitats de la UPF. Además de mi intervención, intervinieron en el acto Javier Aparicio Maydeu, delegado de Cultura de la UPF; Rafael Argullol, catedrático del Departament d’Humanitats de la UPF; y Emilio Suárez de la Torre, director del Departament d’Humanitats de la UPF. Cerró el acto Javier Aparicio en nombre del rector de la UPF Jaume Casals.
(En catalán, aquí)
(Crónica del acto en la web de la UPF, aquí)
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(Crónica del acto en la web de la UPF, aquí)